Muchos hemos sido testigos de las atrocidades cometidas en las últimas semanas por los partidarios del tirano faraón, Hosni Mubarak. Previamente, su homólogo tunecino, Ben Ali, se vio obligado a escapar por la puerta de atrás, tras una oleada de protestas, motivadas por la frustración de un joven que se prendió fuego al serle arrebatada la carreta con la que - pese a poseer un título universitario - vendía frutas en la calle para alimentar a toda su familia. Este hecho, marcó un punto de inflexión que arrojó a las calles no sólo al pueblo tunecino sino a todo el llamado mundo árabe - sediento de justicia -, y en especial, a los descendientes de Cleopatra. Son ya muchos años de opresión y de promesas incumplidas.
Es evidente que la crisis económica supone un impacto mayor para aquellos que ya no disfrutaban de una estabilidad financiera. Si además esta represión del mercado tiene lugar en una región en la que raramente existen vías de escape y hay más bien poco espacio para la reflexión pública, tenemos una cocina perfecta para una revuelta histórica como la que ocurre actualmente.
Los analistas hablan del efecto domino. Muchos son los que me preguntan qué pasa en el reino Hachemita de Jordania, donde actualmente resido. Yo diría que esta ficha se mantiene erguida, y no peligra su caída a menos que la segunda y siempre clave, Egipto, caiga. Hasta el momento no ha habido más que algunas protestas y repetidas manifestaciones post-oración en el día del señor, que han asustado a su majestad el rey y le han obligado a tomar medidas meramente simbólicas.
Pero para entender mejor el porque del corto alcance de las protestas en Jordania, al margen de encontrarse a la espera de lo que pasa con Egipto, debemos tener en cuenta varios factores:
Casi el 80% de la población jordana es de origen palestino, por lo que el sentimiento de pertenencia a la nación jordana es prácticamente inexistente, lo cual puede explicar la falta de implicación ciudadana, comparada con Túnez y Egipto. Además, el pueblo palestino ya carga con mucho a sus espaldas y no está para meterse en jaleos de este tipo, a menos que los resultados estén garantizados.
Por otro lado, es menester saber que la familia real goza de una popularidad envidiable pese a la falta de democracia y a la existente corrupción. La reina Rania de Jordania, con más portadas del Hola que la Pantoja, contribuye a mejorar la imagen de la familia real. Su origen palestino y su belleza, son una bomba mediática de la que el rey Abdellah saca un buen partido.
Por último, los índices económicos y sociales, pese a casi un 30% de la población viviendo por debajo del umbral de pobreza, están por encima de la mayoría del resto de países árabes, lo cual garantiza un cierto nivel de vida, superior, aunque muy por debajo de los estándares de los lectores de esta entrada.
Todo esto no significa que haya que menospreciar las exigencias del pueblo, representado por partidarios de la izquierda política, los hermanos musulmanes e incluso por miembros de la actual élite político-militar. Parece muy razonable reclamar una monarquía parlamentaria - ante la actual constitucional que permite al rey elegir a dedo a los poderes del estado -, y un mejor nivel de vida que se traduzca en menos opresión, menos corrupción y más inversión pública. De hecho, por primera vez, parece que los periodistas se han atrevido a hacer públicas, informaciones sensibles que proporcionan datos claros del mal uso de fondos públicos, que parecen haber sido utilizados para causas tan nobles como la mega fiesta de cumpleaños en el desierto para la reina más guay de oriente medio o el avión supersónico a disposición para las vacaciones de la familia real.
Sin embargo, a menos que los habitantes de la plaza del Tahrir salgan victoriosos, o que resurja por arte de magia una sólida oposición política, no se esperan grandes cambios en el reino. Es posible que todo quede en aguas de borrajas.