domingo, 3 de octubre de 2010

Víctimas del conflicto Tuareg, inmigrantes subsaharianos maltratados en busca del sueño europeo, y una espantosa cantidad de niños malnutridos, son las razones de mi paso por Níger. Situado en medio de la región del Sahel, se trata de uno de los países que acostumbra a ser el farolillo rojo en las listas de desarrollo humano y pobreza económica. Este país, de mayoría musulmana, sufre cada año las consecuencias del cambio climático, causante de las sequías, inundaciones, o plagas varias, que destruyen las cosechas y deterioran el ciclo de cultivo. Además, una economía pobre debido a la falta de inversión extranjera, la corrupción y la debilidad del cuerpo institucional y de las infraestructuras – factores clásicos que han minado el desarrollo económico de los países de la región desde su independencia – lo convierten en un país dependiente de la ayuda extranjera.



Actualmente, Níger esta en el punto de mira de los medios de comunicación debido al secuestro de 7 trabajadores de la empresa francesa Areva, reconocido por AQMI (Al Qaeda del Magreb). Esta compañía, que explota las minas de uranio, situadas al noroeste del país y que constituyen la mayor riqueza natural del mismo, nutre alrededor del 80% de la energía eléctrica francesa. El jaque en el que se encuentra la política exterior francesa, ha provocado una mayor presencia militar en el país y un incremento de las medidas de seguridad a tener en cuenta por los trabajadores humanitarios que ya han comenzado a limitar sus actividades.

Esta situación desesperante nos sirve a algunos para hacer turismo humanitario. Así que, pese a que mi paso por este país no vaya a ser duradero, intentaré dejar por escrito algunas de mis reflexiones –críticas, e incluso cínicas si los lectores me lo permiten - que tienen que ver con el papel de la ayuda humanitaria en este tipo de contextos.

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