Siete años de conflicto y siguen habiendo personas desplazadas. Huyen de las bombas, de los asaltos injustificados y aleatorios de grupos armados. Andan por unos días, con el rumbo por definir y un futuro incierto dejando atrás todas sus posesiones, casas, terrenos, ganado, maridos, padres… Al llegar a un lugar en el que se sientan protegidos, en el que probablemente se reencuentren con familiares o vecinos, descansan exhaustos, sin agua ni pan que llevarse a la boca. Aquellos que llegaron antes les ofrecen sopa, un refugio y si es preciso pagan por que puedan quedarse con ellos a los oportunistas terratenientes.
Tan pronto como su llegada es apercibida, a penas unas horas o un día después, el mecanismo humanitario se pone en marcha. Se les reparte a cada familia un kit de “non food ítems” compuesto por un bidón de plástico para recoger agua del pozo más cercano, una funda de plástico para construirse un techo, una pastilla de jabón, una cazuela para cocinar y demás artículos de supervivencia básica. El recuento de familias recién llegadas empieza para así incrementar la ayuda alimentaria. En este momento Sheikhs, Umdas (líderes locales), e individuos de la comunidad intentan toda clase de artimañas para que este número sea lo más alto posible y así poder vender los “excedentes” humanitarios que se les suministren. Pero con ese afán de perfeccionismo y esa rigurosidad profesional que muchas veces lleva a los humanitarios a cometer errores irreparables, los actores humanitarios en el terreno intentan a toda costa evitar el engaño. A veces se convierte en un juego de niños en el que valga la redundancia están en juego la salud de varios niños malnutridos.
Llegan sin nada, se les provee de lo necesario para unos días, para el corto plazo, pero, ¿y luego que? Nadie sabe lo que pasará más tarde. Probablemente se queden donde han llegado, empiecen a construir casas de adobe algo más consistentes que las de ramas y plásticos, se acostumbren a la asistencia humanitaria, comida, agua, salud, y con suerte educación, y permanezcan de forma eterna con el status inestable de personas desplazadas. El gobierno negará que estos existen o reducirá su número oficial, los actores humanitarios seguirán tapando agujeros sin capacidad de contribuir a que la situación cambie de tendencia, y aquellos en los que todos confían, la misión de Naciones Unidas, se dedicarán a cometer errores mezclando humanitarismo con militarización y a actuar limitados bajo el consentimiento del gobierno. Quien sabe si estas personas volverán donde que quiera que sea que se supone que han de volver según su status y según la intención del gobierno local. ¿Qué se pretende? ¿Es acaso el status de desplazados una salvación para estas personas? Pero, ¿hasta que punto no es sino una condena en lugar de una salvación? ¿Se acostumbran a esta situación sin necesidad de trabajar o bien por inercia humana se dedican a crear en la medida de lo posible una actividad económica?
Por desgracia, se trata de un entorno realmente complejo en el que los objetivos se entremezclan con intereses económico-políticos y es muy difícil mantener la perspectiva en el lugar que corresponde. En mi opinión, aquí aún quedan años de conflicto y trabajo para humanitarios y militares humanitarizados.
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