jueves, 25 de febrero de 2010

Shanguil Tobaya

Para aquéllos que se pregunten que hacen algunos por estas tierras.

http://www.larazon.es/noticia/4899-carta-del-cooperante-da-la-vuelta-al-ladrillo-y-encontraras-oro-en-sudan

Y no os perdais las fotos que siempren gustan tanto;

http://www.larazon.es/albums/asi-es-la-vida-en-una-aldea-de-sudan

Me parece un artículo ameno y explicativo que permite compartir las sensaciones que uno vive cuando viaja y trabaja en un campo de desplazados.

Gracias Asia!

miércoles, 24 de febrero de 2010

El Show Humanitario

Dadas las restricciones de seguridad, en toda la región de Darfur, los desplazamientos a los distintos proyectos en el terreno han de hacerse en helicóptero. Ha sido un año de muchos robos de vehículos pertenecientes a las distintas organizaciones internacionales. Los viajes por tierra, son riesgo de emboscada, secuestro o accidente, por lo que altamente no recomendados, pese a que uno siempre le atraiga la idea de ser el protagonista de una de estas situaciones, claro está, siempre y cuando se salga ileso de ellas.
Por el momento hay que conformarse con escuchar las batallitas de los sudaneses que trabajan conmigo, que han vivido de estas muchas, o bien de los extranjeros más veteranos que han vivido épocas de mayor tensión en las que las manos no daban para contar compañeras violadas, coches robados o proyectos asaltados.

Los viajes no duran mucho más de media hora, pero es tiempo suficiente para comprender la debacle que ha causado el conflicto de Darfur en la población local. Pueblos quemados, vacíos e inhabitados, enormes campos de desplazados; son el paisaje que se divisa desde la ventanilla del helicóptero. Se vuela a una altura lo suficientemente cercana al suelo como para reconocer tales detalles. Al margen de la tristeza que supuestamente inspira este lugar, hay que admitir que el paisaje tiene su encanto, y que su gente contribuye a éste tan pronto como uno pone pies en tierra.



Los pilotos, rusos todos ellos, son unos personajes que se dedican a quedarse ciegos bebiendo el alcohol local de la zona (basado en hechos reales), o a jugar con el helicóptero dando vueltas a los poblados antes de aterrizar. Cierto es que uno disfruta con su espíritu de niño inconsciente aventurero, pero más de una pobre mujer se ha pegado el leñazo tras haberse asustado su burro con el ruido de las hélices.En cuanto a los orígenes de los responsables de tales artimañas, me remito al documental “La pesadilla de Darwin” de Hubert Sauper, para que se hagan ustedes una idea de que pasta están hechos. Sabrán en seguida a lo que me refiero. Aún así, son majetes los rusos, todo sea dicho.



Pero el espectáculo continúa y llega a su punto álgido en el momento del aterrizaje. Tras un par de vueltas de reconocimiento, necesarias o no, para asegurarse que no hay burros ni niños merodeando cerca de la pista de aterrizaje, de lo que se encargan los cascos azules ruandeses, el helicóptero toma tierra. En ese momento, en cuestión de dos minutos, uno obtendría un buen reportaje fotográfico que daría para una entretenida exposición. Dos tanques y dos todo terreno de Naciones Unidas, repletos de cascos azules ruandeses armados hasta las cejas, salen al pretendido campo de batalla, a despejar la pista de aterrizaje de jóvenes intrusas que cargan agua en burro o portan las ventas del mercado en la cabeza. En la parte superior del carro de combate, se encuentra el que debe ser el guerrero más audaz, listo para apretar el gatillo si es necesario y virando la mirilla de este a oeste continuamente para no dejar ni un solo milímetro del radio de peligro descuidado.

Mientras tanto, cinco individuos saltan del helicóptero, sonrientes y pisando la alfombra roja, siempre por la parte diagonal-delantera del mismo, para que el zumbao del ruso no les haga pedacitos con las hélices curvadas hacia abajo. Con las camisetas blancas y el logo rojo, muy a lo dream team, caminan a paso rápido al encuentro del roñoso todo terreno que les protegerá de la enorme cantidad de arena que levanta al despegar el ruso, y que les dirigirá a la clínica en la que se atienden desde niños malnutridos y mujeres embarazadas, a soldados heridos recién llegados del campo de batalla.



Las vistas no son de envidiar. Cientos de familias recién llegadas recientemente de los distintos lugares en donde los hombres parecen no manejar el don de la palabra, se agrupan en el áspero territorio a la sombra de los cuatro arbustos que hay en la zona. Establecer su nuevo hogar en frente de un grupo de militares cuyos cascos azules representan la salvación, parece una buena idea, pese a que quien sabe cuantos de ellos se liaron a machetazos en su país de origen a mediados de los noventa.



Pero esta idea se ve reforzada con la existencia a menos de un kilómetro de una clínica de neo-misioneros-aventureros, y con el hecho de que el programa de alimentos mundial reparte a domicilio con mayor facilidad a aquellos que se encuentran cerquita de las instalaciones de la UNAMID, misión de NNUU en Darfur.
Aunque cuando uno escucha que hace unas semanas se cargaron a un par de cascos azules en pleno reparto de comida, la lógica no parece tan clara.



En cualquier caso, tranquilícense, ya que los humanitarios o neo-misioneros-aventureros, no son objetivo, o al menos de muerte, de los malos de la película.

Darfur es la misión humanitaria más cara de la historia. A las pruebas hay que remitirse para dar fe de tal dato. Me imagino que a vosotros también os parece demasiada parafernalia la asistencia sanitaria básica a las poblaciones vulnerables en zonas de conflicto. Pero el caso es que tal y como se han puesto las cosas por aquí, parece ser que no queda otra si se quiere tratar la malnutrición, las infecciones, o demás enfermedades que fácilmente puedan sufrir la gente del lugar.

lunes, 8 de febrero de 2010

19h: Toque de queda

Esta es la estricta e intensa realidad que he vivido durante los casi dos primeros meses que llevo en El Fasher, capital del estado de Darfur del Norte y ciudad en la que trabajaré por un total de 6 meses. Debido al estricto régimen de seguridad, bajo el cual viven la mayoría de las organizaciones internacionales presentes en zonas de conflicto como esta, se aplica un toque de queda que básicamente reduce el día a día a cruzar la calle, para ir de casa a la oficina y volver. Mi paisaje no ha ido más allá de un par de calles, unos cuantos vecinos, gallinas, cabras y un par de burros. Me sigo sorprendiendo de la capacidad de adaptación de las personas.



Darfur sigue siendo un conflicto activo. Los indicadores por medio de los cuales se mide la intensidad o gravedad de un conflicto, reflejan menos barbarie de la que hubo años atrás, pero después de 7 años, siguen habiendo enfrentamientos entre rebeldes y el ejército, que provocan heridos, muertos y nuevos desplazados. La situación de seguridad no es ni muchísimo menos óptima. En zonas rurales los robos, violaciones y escaramuzas tribales están a la orden del día. Pero se vive, la gente vive, y trabaja, y yo entre ellos. Basta con tomar ciertas medidas de precaución en función de la zona en la que uno se encuentre, e imagino que Darfur es un parque infantil al lado de las favelas de Rio de Janeiro.

Cuando uno vive bajo tales restricciones, el trabajo acaba absorbiendo injustamente la gran mayoría de tu tiempo. No es fácil encontrar alternativas que ocupen horas de ocio, pero se consigue, y pienso dejar constancia de ello en las líneas que vaya escribiendo durante mi estancia en este paraíso humanitario. Hay tiempo suficiente. Y, más vale tarde que nunca, dicen.