viernes, 21 de enero de 2011

Aleppo



Tras un largo viaje en un tren, cuya comodidad poco tenía que envidiar al TGV Paris-Nantes, la que clama ser una de las ciudades más antiguas del mundo me acogió bajo un conjunto de olores, sonidos, y sensaciones que resultaban sorprendentemente familiares. Ese primer paseo por el parque de Osman Pasha, evocó nostalgia.
Los primos Hussein Hussein – curiosamente los tres respondían al mismo nombre - me abrieron muy amablemente las puertas de la ciudad antigua. Compartir con mis nuevos amigos unas sabrosas pipas y unas risas durante esos primeros momentos cargados de historia, hicieron de ella un lugar más hogareño y contribuyeron al buen humor vacacional que uno llevaba encima.



La posada no ofrecía más que una habitación compartida, un colchón más bien duro, y una ducha a la que había que entrar de lado por extrañas razones que mis palabras no alcanzan a explicar. No necesitaba más, así que como buen turista, me apresuré hacia la potente ciudadela para contemplar uno de los atardeceres más complacientes que he visto últimamente. Hecho un chaval, escalé con unos niños que jugaban a orillas de las murallas para disfrutar de los colores que ofrecía el espectáculo. Mis ojos no dejaron de hacer fotos durante ese instante embaucador en el que el señor Sol, al ritmo del canto del muecín, se despedía un día más para dar paso a su amante la señorita Luna. Quedan bien guardadas en la carpeta de atardeceres de mi disco duro con pelos.


Un laberinto de calles, vacío el día del señor por estos lares, me desembocó por casualidad en un hammam con individuos muy amables - pero todo sea dicho - de dudosas intenciones. Cual buencha, me dediqué a sonreír y disfrutar del baño. Pagué, y marché relajado a paso lento como la lección me enseñó años atrás en la antigua Constantinopla. Para más detalles, remitir a la graciosa narrativa de Aupix.
En un intento - exitoso por cierto - de compartir momentos con alguien en quien pienso a menudo vagando por estos lares, Camarón me cantaba al oído mientras la luna y la ciudadela se ponían guapas para esa noche en la que no sería el único que jugaba a ser viajero. Me pregunto si en Sho’ofat serían igual de coquetas.
Con intención de seguir disfrutando, embelesado por tal encantador lugar, me dejé convencer por las cerezas que acompañarían al kebab más dulce que he saboreado hasta la fecha. Dicen que Beit Sissi era visita obligada para llenar el vientre de complejo de Willy Fock. Con la digestión en camino y a unas horas en las que los niños se quedan sin energía, uno hizo lo que tenía que hacer. ¿Quien dijo que Madona y un vasito de arak hacen daño antes de soñar?



San Simeón nació cuatro siglos antes de la llegada del profeta melenudo, y vivió a orillas del imperio otomano. Hijo de un buen pastor, siguió los pasos de su progenitor aunque con algo más de ímpetu espiritual, lo que le llevo a construir un pilar bien alto donde poder ejercer la profesión de monje. Dado que este no le parecía lo suficientemente cerca del todopoderoso como para descansar de las impertinentes consultas de peregrinos, que venían a encontrar respuesta a sus preguntas desde todas las partes del mundo conocido hasta entonces, siguió construyendo hacia arriba hasta traspasar las nubes. Dicen que la pérdida de Simeón marcó un punto de inflexión en la arquitectura de los ayuntamientos apostólico-romanos de los siglos por venir.

Tras aprender mis primeras palabras en kurdo, que por cierto me costaron algo caras, la ciudadela me esperaba de nuevo. Celoso de la señorita Luna, esta vez sería el señor Sol quien la iluminaría, para hacerme disfrutar de una agradable visita a las dominantes ruinas romanas, convertidas al Islam en honor al Malik Zaher Ghazi, hijo del gran Salahaddin, legendario paradigma del guerrero musulmán. Una vez más, Nitin Sawhney, estuvieron - y nunca mejor dicho - a la altura de las circunstancias. Espero que en Wau se sigan escuchando.
Levantar la vista de las entretenidas historias de Murakami, no fue por casualidad. Fui testigo de una escena cotidiana cuyos patrones de comportamiento se leían de izquierda a derecha. De haberme guiado por cualquier sentido excepto el que nos permite observar, nada hubiera cambiado con respecto a una imagen de una tarde de cine en el Turia. Pero por suerte nadie me ha privado de ninguno de ellos y disfrute - a modo sociológico y antropológico (los expertos en la materia que corrijan si existe herejía en la terminología) - de la picardía de un apuesto jovenzuelo que intentaba levantar el velo que cubría toda la cara, excepto los ojos, de una aparentemente dulce muchacha, cuyos gestos mostraban recepción y coquetería como cualquier otra haría ante tal apuesto pretendiente.


Creí que el sonido del tren pitaba y marché. Confundido, acabé montando un autobús VIP que me hizo caer en los brazos de Morfeo con un largometraje de Jackie Chan.

¿A quien no le gusta viajar así?

2 comentarios:

  1. Omerius, nunca me canso de leer tus historietas, y todo sea dicho, es por pura envidia, sana, pero envidia, jeje...
    Siempre nos quedará el desaborio "mou" para viajar.
    Un abrazo Kiku!

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  2. Me ha encantado , me ha transportado e un lugar de ensueño, sigue asi, aunque a mi siempre me encantan tus pequeñas narraciones, besos. ma

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