miércoles, 15 de diciembre de 2010

A Shmesani ya Ammu



Salimos del hospital y eran varios los conductores de vehículos amarillos esperando. La elección fue fácil, el último, siempre el último. Si hubiera sido otro lugar, estaría descansando un su refugio. No era así. No estamos en un lugar tan frío, sino todo lo contrario. En medio oriente suele hacer calor, no sólo por el clima mediterráneo sino también por la elevada densidad de población y la continua tensión que los malos se encargan de mantener.

A Shmesani ya Ammu. La conversación empezó de manera agradable. Yo lo llamaba ya ammu, él me miraba como si así lo fuera. En cuanto tiramos de raíces, sus esfuerzos por elaborar frases en la lengua anglosajona se redujeron a simples miradas en busca de validación a través del espejo retrovisor. La conversación se desarrolló. De manera inesperada. Parece inevitable, pero el tema sale, es recurrente, la gente no calla. Están en su derecho. Deben hacerlo.

A veces las personas hurgan en su interior sin que se lo pidan. Ammu así hizo. Era más que otra cosa un manantial ya casi seco, sin apenas fuerza para dar agua. Aún así estalló. Mataron a su hijo, mataron a su mujer, mataron a la mujer de su hijo, pero no mataron a las niñas. Sus niñas. Ellas estaban lejos. Y estaban cerca. Ammu pedía, como si fuera lo último que se puede pedir tras largo sufrimiento. Hicimos lo que pensábamos que teníamos que hacer. Llegamos a Shmesani. La conversación se terminó.

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